“Boko Haram degolló a mi padre delante de mí”
“Lo primero que oímos fueron los
disparos, y supimos que eran ellos. Salimos corriendo hacia un monte cercano
llamado Wanu, pero nos rodearon”. Usman, nigeriano de 22 años, es alto y
delgado. Viste pantalón vaquero y una camiseta que un día fue verde. Trenza
despacio su relato, en un inglés que domina poco. En septiembre, Boko Haram
entró en su pueblo, Gulak, y fue capturado junto a su padre y tres hermanos.
Sólo él sobrevivió. Tras una rocambolesca huida por las montañas, llegó a la
ciudad de Yola, donde pasa los días con una familia de acogida. Aún está
aterrorizado.
Los hombres del pueblo fueron
llevados, maniatados, a la casa del jefe local. “Reconocí a algunos de ellos,
eran del pueblo. A nosotros nos golpeaban con los fusiles mientras caminábamos,
pero a Ishadu lo mataron sólo porque era profesor del colegio. Le dispararon en
la cabeza”, relata Usman. Entonces les conminaron a unirse a Boko Haram.
“Cuatro aceptaron, pero la mayoría nos negamos. Trajeron sacos llenos de dinero
y nos dijeron que eran para nosotros si nos alistábamos, pero nos seguimos
negando. En ese momento empezaron a matar”. Aquella tarde degollaron a unos 20
delante del resto. “Tras cortarles la cabeza se la ponían sobre la espalda. Así
vi morir a mi padre. Les rogamos que nos pegaran un tiro, pero se negaron”.
1,5 millones de nigerianos han huido de sus casas ante el avance
yihadista
Con la llegada de la noche, Usman
y el resto de supervivientes de la matanza, unos 50 jóvenes, fueron encerrados
en distintas habitaciones con las manos y pies atados y con los ojos vendados.
“Nos dijeron que teníamos toda la noche para pensarlo”. Al día siguiente
comenzaron de nuevo las ejecuciones. “Nos quitaron toda la ropa, pero entonces
oímos venir el avión”. Era la aviación nigeriana bombardeando. Todos salieron
corriendo hacia los campos de arroz y, aprovechando el desconcierto, Usman y
otros siete lograron escapar a las montañas. “Recuerdo que Waziri, que se había
unido a Boko Haram, disparó en una pierna a su propia hermana pequeña mientras
ésta corría”.
Durante dos semanas estuvo
escondido en el monte. Le mordió una serpiente y un curandero local le dio una
infusión de hierbas que le hizo vomitar. “Éramos muchos, decenas. Dormíamos al
raso o en cabañas de animales, pero nos iban siguiendo. En Zhu nos alcanzaron y
nos volvieron a disparar”, recuerda. Finalmente, logró llegar a Mubi, donde fue
ingresado en el hospital. Ni aquí pudo descansar. Dos días más tarde también
esta ciudad fue ocupada por Boko Haram. “Me escapé de nuevo a una montaña
llamada Maiha y de allí me trajeron en moto hasta Yola, dos días de camino”.
Sabe que su madre está viva en Jos, en el Estado de Plateau, pero que su granja
está destrozada. “Me han dicho que esa gente ya no está en Gulak, pero no tengo
dinero para volver ni sé muy bien qué hacer allí”, afirma.
Yola, capital del Estado de
Adamawa, es una de esas ciudades que le han germinado al Sahel. Al lado de un
río, cruce de caminos para el comercio, una larga carretera asfaltada y muchas
calles de arena. El calor es tremendo. “Mucha gente se ha ido. A Abuya [capital
de Nigeria], a Camerún, a donde sea, más al sur”, asegura Zari, vendedor de
teléfonos móviles. “No es fácil vivir con esos locos casi tocando a tu puerta”.
En la carretera que conduce a Maiduguri los controles militares se suceden. La
alerta es permanente. A unos 10 kilómetros se encuentra el campo de desplazados
de Girei, un colegio reconvertido en asentamiento para quienes han huido del
horror. En total, 776 personas, la mayoría mujeres y niños. Baba Haruna, de 57 años,
escapó de Gwoza hacia Camerún con su esposa y sus cinco hijos, pero no les
permitieron quedarse. Así que vino hasta Yola. “Este es el momento de preparar
la tierra para cultivar, pero no podemos volver. Este año no habrá cosecha”,
asegura.
Es como la vida en suspenso. Los
hombres se sientan todo el día a la sombra de los muros de las aulas, hoy
convertidas en improvisados dormitorios se duerme sobre colchones en el suelo.
Las mujeres lavan la ropa, cocinan en grandes calderos, se encargan de los más
pequeños. Hay decenas de niños. Por todas partes. En tiendas de campaña reciben
dos horas de clase al día en un intento de recuperar cierta normalidad, de que
al menos sigan estudiando, aprendiendo inglés y matemáticas, justo lo que “esa
gente” ha querido robarles, el derecho a soñar un futuro mejor.
La secta islamista ofrece mucho dinero a cambio de unirse a sus filas
Según Unicef, 1,5 millones de
personas han abandonado sus casas, de los que 1,2 millones son desplazados
internos. Algunos no pueden aguantar más la espera e intentan regresar, aunque
lo están haciendo de manera improvisada y desorganizada. “Cada uno traía lo
suyo. Malaria, diarrea, infecciones, malnutrición. Ahora están mejor”, dice la
enfermera Aishatu Jinayi. Ha habido hasta partos, 32 en el campo de Girei II.
“Tanto bebé nos hace pensar que Dios está haciendo su trabajo para reemplazar a
los que han muerto en esta locura absurda”, añade.
700 mujeres liberadas en una semana
Las Fuerzas Armadas de Nigeria anuncian a bombo y platillo cada victoria contra Boko Haram, como la reciente liberación esta semana de alrededor de 700 mujeres y menores secuestrados por el grupo terrorista en el bosque de Sambisa.
Sin embargo, muchos nigerianos mantienen su desconfianza hacia un Ejército que hasta hace solo tres meses no hacía más que huir ante el avance de los yihadistas. “¿Victorias?”, se pregunta John Ngamsa, profesor de Comunicación Social y Lingüística en la Universidad Moddibo Adama de Yola, “será una victoria cuando el supuesto territorio recuperado esté bajo control y haya ley y orden en ese lugar”, asegura.
El Ejército de Nigeria, en colaboración con Chad, Níger y Camerún, ha logrado expulsar a Boko Haram de unas 60 localidades que habían sido ocupadas por los terroristas. Sin embargo, la población aún no ha podido regresar porque los insurgentes siguen en las zonas deshabitadas de los alrededores. Hace unos días, por ejemplo, penetraron en los pueblos de Mafa y Marte, en el Estado de Borno, provocando decenas de muertos. Otra zona donde Boko Haram ha logrado hacerse fuerte es en las proximidades del Lago Chad.
Hace una semana, cientos de terroristas atacaron la isla nigerina de Karamga, asesinando al menos a 74 soldados y civiles, según el Gobierno del país vecino, que ha revelado que 156 de los atacantes también murieron en los combates. “Estamos hablando de un vasto territorio que sigue fuera de control. Aún están ahí, agazapados, golpeando hoy en un lugar y mañana en otro”, añade Ngamsa.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/02/actualidad/1430597380_724816.html
Nigeria libera a 293 mujeres y niñas secuestradas
por Boko Haram
El Ejército de Nigeria ha anunciado el
martes por la noche la liberación de 200 niñas y 93 mujeres que estaban
retenidas por el grupo terrorista Boko Haram en el bosque de Sambisa. No se
trata, según fuentes militares citadas por Reuters, de
las jóvenes secuestradas en el instituto de Chibok hace más de un año, sino que proceden de las localidades de Madagali, Damboa
y Gumsiri. Las Fuerzas Armadas anunciaron esta liberación en un comunicado en
el que también afirman haber destruido tres campamentos de los insurgentes en
el citado bosque, conocido refugio de los terroristas situado en el estado de
Borno, en el que están llevando a cabo una operación militar. Según un reciente informe de Amnistía
Internacional, Boko Haram ha secuestrado a unas 2.000 mujeres y niñas en los últimos 15 meses.
Esta
liberación se produce en el contexto de una ambiciosa ofensiva lanzada contra
el grupo terrorista más sanguinario de toda África, que está devolviendo la
confianza, por primera vez en mucho tiempo, a los habitantes del norte de
Nigeria. “Hemos pasado mucho miedo”, asegura Yussuf Abdu Saleh, vecino de Yola,
la capital del estado de Adamawa, “¿cómo nos íbamos a sentir nosotros, simples
civiles, si veíamos a los militares salir corriendo?”. Los miembros de Boko
Haram llegaron a ocupar siete municipios de este estado, pero
todos ellos han sido recuperados por el Ejército. Idéntico escenario se repite
en Borno y Yobe.
Eso sí, el
conflicto está lejos de haber terminado y Boko Haram sigue mostrando su
capacidad de matar. La pasada semana fueron encontrados “cientos de cadáveres”
en la ciudad de Damasak, según aseguró el gobierno del estado de Borno, después
de que se produjera un ataque de este grupo terrorista. Los cuerpos fueron
enterrados por los propios vecinos durante el fin de semana en una veintena de
fosas comunes. Asimismo, en las localidades norteñas de Mafa y Marte, Boko
Haram volvió a protagonizar sendos ataques. Sin embargo, la escaramuza más
intensa se vivió el sábado en la isla de Karamga, situada en el Lago Chad, en
la que los terroristas asesinaron a al menos medio centenar de soldados de
Níger, país que participa junto a Chad, Camerún y la propia Nigeria en la
ofensiva militar contra Boko Haram.
Desalojados
de las ciudades que controlaban, los insurgentes se esconden ahora en zonas
deshabitadas en los alrededores de las ciudades, en el citado bosque de
Sambisa, en las proximidades del Lago Chad o en las montañas que separan a este
país de Camerún. Por ello, el regreso de los habitantes de las localidades
recuperadas de manos de Boko Haram, que ha comenzado de manera espontánea,
entraña aún muchos peligros. La Agencia de Gestión de la Emergencia Nacional,
que se encarga de la atención a 1,5 millones de desplazados internos, ha
expresado su preocupación por “el descoordinado y espontáneo retorno a casa” de
estas personas. “Ha habido casos de minas dejadas por los terroristas que han
matado a varios de ellos”. Según esta agencia, “la vuelta a casa es aún
prematura”.
El reinado del terror de Boko Haram
Más de 5.500 civiles asesinados y
unas 2.000 mujeres raptadas, pueblos enteros arrasados, violaciones, masacres,
asesinatos a sangre fría, cientos de personas obligadas a coger un arma para
atacar a sus propios vecinos, lapidaciones por adulterio. El último informe de Amnistía
Internacional (AI) sobre Boko
Haram, 90 páginas demoledoras elaboradas sobre la base de 377 entrevistas a
víctimas y testigos de los hechos, documenta la violencia perpetrada por el
grupo terrorista más sanguinario de África en los últimos 15 meses en el
noreste de Nigeria. La organización también relata cómo ha sido la vida para
cientos de miles de personas afectadas por este “reinado del terror”, como lo
califica Salil Shetty, secretario general de AI. El secuestro de las 276 niñas
en Chibok, del que
hoy martes se cumple un año, no es sino la punta del iceberg.
El 5 de mayo de 2014, Boko Haram
llevó a cabo uno de sus peores ataques, en la localidad de Gamborou, donde
murieron unas 400 personas. “Disparaban contra todo el mundo en la ciudad,
matando indiscriminadamente. Siguieron a la gente hasta sus casas y los
mataron, fueron al mercado y mataron a más. También abrieron fuego con el
tanque que traían. Fueron a una tienda de motocicletas, cogieron un centenar de
ellas y circulaban por toda la ciudad matando gente y quemando casas”, según
dijo Sari Zuwa (nombre ficticio) a los investigadores de AI.
El grupo terrorista ejerce su
violencia contra todos los que considera “no creyentes”, sean o no musulmanes,
entre los que incluye a aquellos que no defienden su ideología radical o
simplemente quienes de una manera u otra colaboran con el Estado: políticos,
religiosos, líderes tradicionales, funcionarios, profesores, médicos,
estudiantes. Todos son objetivos, todos deben sufrir. Los ataques a escuelas y
hospitales, que dejan arrasados, son una de sus prioridades.
El pasado 14 de diciembre, Boko
Haram tomó la ciudad de Madagali, en el estado de Adamawa. Ahmed, de 20 años,
fue llevado hasta el patio de un colegio con todos los hombres, a quienes
preguntaron si querían sumarse al grupo terrorista. A quienes se negaban, los
reunían a un lado. “Nada más llegar vi que había dos grupos, algunos estaban
sentados en el suelo con las manos atadas. Dos hombres los iban degollando con
un cuchillo. Nos sentamos y esperamos nuestro turno. Nos dijeron que nos iban a
matar todos”. Ahmed logró escapar cuando los trasladaron al río.
Alhadji, otro joven de Madagali,
vio dos pilas de cadáveres amontonados. “Iba contando a los que asesinaban,
llegué a 27. Cuando me tocaba el turno me dijeron que el cuchillo se les había
quedado romo. Entonces me arrojaron sobre los cadáveres con otros más y
empezaron a disparar. Cerré los ojos. Un cuerpo cayó sobre mí, me dieron en el hombro.
Había sangre por todas partes”. Fue dado por muerto y logró escapar, cruzando
la frontera hacia Camerún.
Las mujeres y las niñas no corren
mejor suerte. Aisha, de 19 años, fue secuestrada en noviembre junto a tres
amigas y llevada a un campamento situado en Gullak (Adamawa). Dos de sus amigas
fueron obligadas a casarse con combatientes y ella empezó a recibir
entrenamiento. “Me enseñaron a usar explosivos y atacar pueblos junto a otras
niñas. Incluso participé en un ataque contra mi propio pueblo”, aseguró a AI.
Durante los tres meses que estuvo retenida fue violada de manera reiterada, en
ocasiones por grupos de hasta seis hombres. Las que se negaban a matar eran
asesinadas y arrojadas a una fosa común. “Hasta nosotros llegaba el olor de los
cuerpos en descomposición”, asegura Aisha.
Boko Haram nació en
2002, pero su actividad terrorista se intensifica de manera significativa en el
último año. Sus ataques se hacen más audaces, violentos y constantes, unos 20
al mes, y ya no actúan solo contra pequeños pueblos o incursiones esporádicas.
El grupo islamista radical entra en las ciudades para quedarse. Y cuando se
hacen con el control de una localidad sustituyen a la autoridad y comienza a
dictar las normas.
Queda totalmente prohibido fumar o
consumir alcohol, los hombres deben dejarse crecer el cabello y la barba y usar
pantalones que no toquen el suelo; las mujeres, por su parte, tienen que
cubrirse totalmente el cuerpo, incluida la cara, cuando están en público. Los
movimientos entre los distintos pueblos quedan limitados y se prohíbe abandonar
el territorio bajo control de Boko Haram. Es como una gran prisión al aire
libre. Toda transacción comercial debe ser directamente entre productor y
comprador, sin intermediarios. En Gamboru, una mujer llamada Zara recibió 30
latigazos por vender ropa de niño a una vecina.
Los rezos son obligatorios, y
quien no participe en los mismos es castigado con azotes. Los musulmanes son
instruidos en nuevas formas de oración porque, según Boko Haram, sus prácticas
previas están equivocadas, no responden al verdadero islam. Los cristianos
también son forzados a convertirse y a adoptar las nuevas prácticas. El
adulterio está castigado con la pena capital por lapidación. Mustafá Saleh, un
niño de 15 años, participó en una de estas condenas en Bama, la segunda ciudad
del estado de Borno. “Condenaron a cinco hombres y cinco mujeres el viernes.
Llamaron a los vecinos y les dijeron que les apedrearan. Yo participé, cavaron
un hoyo, los enterraron con la cabeza fuera y los apedrearon. Cuando morían,
los dejaban allí", dijo Saleh a AI.
Cada localidad es gobernada por un
emir nombrado por Boko Haram, normalmente alguien de la zona, que se instala en
una de las mejores viviendas expulsando a sus legítimos propietarios y se
beneficia del pillaje llevado a cabo en el pueblo por sus hombres. Se calcula
que el grupo terrorista puede tener hasta 15.000 miembros organizados en
células con relativa autonomía operacional, aunque todas bajo el mando del
líder político y espiritual Abubakar Shekau, también llamado el Emir, quien a
su vez se apoya sobre un consejo de ancianos, la Shura, formado por siete
miembros. Las células militares están organizadas como ejércitos, con un
comandante, elgaid, y varios subcomandantes, los munzirs.
La violencia de Boko Haram ha
provocado también la huida de 1,5 millones de personas de sus casas, la mayoría
desplazados dentro de la propia Nigeria y varios cientos de miles a los países
vecinos, Níger, Chad y Camerún. Entre ellos se encuentran unos 800.000 niños
sobre los que Unicef alerta de que se encuentran en situación de grave peligro,
con escaso o ningún acceso a ayuda humanitaria y privados de su derecho a la
sanidad, la educación y los servicios sociales.
Desde el pasado mes de febrero,
los Ejércitos de Chad, Níger y Camerún han movilizado sus tropas contra Boko
Haram, que pierde terreno ante el avance desde el sur de las Fuerzas Armadas
nigerianas. Al menos sesenta localidades, entre ellas la ciudad de Gwoza, sede
principal del califato autoproclamado por los terroristas, han sido recuperadas
por el Ejército.
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